domingo, 13 de abril de 2008

EL PERSONAJE NO EXISTE


¿Qué es un personaje? Es el símil a una persona, es decir que respira, que tiene funcionando sus cinco sentidos para percibir con base en su experiencia y su horizóntica, la realidad, y con lo dicho antes esta mirada esta condicionada.


Esta persona y su símil personaje reciben estímulos del exterior siempre y de acuerdo con esta estimulación, también condicionada por su ubicación en tiempo y en espacio, crean en el personaje movimientos conductuales que agregan un punto a su trayectoria conductual, este punto puede ser simplemente una consecuencia de sus yoes habituales, o lo hacen retroceder en esa misma trayectoria por la incomprensión o violentación de esos estímulos que lo pueden también desviar y arrojarlo a un conflicto que tendrá que enfrentar domesticándolo hacia el yo, superándolo, eludiéndolo o claudicando con las consecuencias que en ellos puedan tener estas posibilidades, ¿Cuál es entonces la diferencia entre una persona y un personaje?

Las definiciones del ente – hombre sirven de confrontación entre éste y dios, expresan características y capacidades propias, expresiones inherentes que se expresan por medio del yo, y su capacidad para proyectarse con su sensibilidad, circunstancias, valores, relaciones, obsesiones, vicios, pecados, sublimaciones, según su propio entender y el de sus semejantes. Debería bastar esta pequeña nota sobre el hombre que es un ser individual, que existe en relación con la naturaleza y la sociedad, ahora veamos ¿Que es un personaje?

El personaje a diferencia del ser es una figura lingüística, esta figura lingüística es la metáfora del ser, esta metáfora del ser implicita la totalidad de lo que es la condición humana a través de la visión y la resolución lingüística de un creador. Esta creador nos presenta a un personaje que emblematiza su visión del hombre como operación sensible e intelectual y operación artística y sino artística en cualquier caso expresiva. Si tomamos en cuenta el hombre visto en la iconografía de la historia del arte e incluso la iconografía antes de que le llamáramos arte, si está lograda en su expresividad reconocemos el yo, el yo de la persona, la imagen me da un aspecto de mi condición, de mi devenir, de mi destino terrenal, mi sufrimiento, mi gozo y quizá también lo que me espera anagógicamente. En la literatura en cualquiera de sus formas épica, lírica o dramática, por medio de la palabra y sus significaciones se nos narra al personaje, al personaje sobre todo en conflicto, la primera obra literaria que conocemos del occidente es la historia de una riña, riña en la cual lo que más permanece es la descripción de las características de las personas enfrentadas: La Iliada de Homero. En la poesía vemos y sentimos la trascendencia del personaje a partir y a través de nosotros mismos o la operación lingüística no ocurre. En el drama forma literaria de antiquísima tradición se esencializa más al personaje porque solo leemos lo que dice y quizá, no es tan seguro, por qué lo dice, a quién se lo dice y en qué situación se manifiesta; en la literatura dramática por un rasgo primordial pero no único de lo que es el personaje: la psico - fisicidad del habla. Esta habla esta articulada por la visión y expresión de los autores. ¿Qué es lo que vimos? ¿Qué es lo que sentimos por medio de las diferentes expresiones? Yo diría que en un sentido primario ni podemos ver, ni oír, ni oler, ni tocar ningún personaje, puesto que solo vemos trazos, volúmenes, luces, sombras, colores, descripciones, palabras. Esas son operaciones mentales en donde el autor parte de su conocimiento, que para él es claro porque todo esto esta como la geometría, planteado desde un punto en su mente y que solo él lo conoce. ¿Cómo le hacemos nosotros para conocer lo mismo del autor y el personaje? Dado que el personaje no existe, sino como operación geométrica que me es objetivamente totalmente inaccesible, o me es accesible como geometría, como líneas perfectamente establecidas en proyecciones, figuras, ángulos, tangentes, polígonos, puntos, líneas y toda la maraña posible de esta geometría de las que yo debo sacar un personaje que me refleje y éste yo debo es fundamental, este yo hago, este yo re dibujo, este yo re pinto, este yo re escucho dándole al personaje y a los personajes mi capacidad de creación del mismo a partir de las sugerencias, sigamos con el símil geométrico, del autor. Como yo contemplador en un cuadro articulo todos sus elementos para ver al personaje sufriente, gozante, atractivo, repugnante, muy evidentemente en los caprichos y disparates de Goya, un ejemplo, y lo tengo que crear en el cubismo de Picasso y hasta en las abstracciones de Motherwell; tengo que crear la belleza concreta de Ana Karenina, de Vronsky, de Karenin, sus colores de piel, sus colores de ojos, sus efectos de su gusto en sus paladares y en sus pieles, tengo que adentrarme en sus estremecimientos eróticos creándolos, tengo que crear sus choques de conciencia a partir de la sugerencia geométrica narrativa de Tolstoi. ¿Cómo me acerco a la belleza, a la fuerza y a la capacidad enorme de soberbia de Edipo? ¿Con qué musculatura, con que ferocidad, con que ferocidad mata a Layo? ¿Con que gritos, con que temblores, con que palpitar de la piel copula con su madre? ¿Qué piel toca, que sonidos escucha, que le pasa a su circulación sanguínea al eyacular con Yocasta; con que ternura ve, huele, siente; con qué lagrimas llora a Polinice y su hermano, Antigona y su hermana, cómo se violenta al enfrentar su propia culpa, al asumir la ceguera de la soberbia por la propia extirpación de sus ojos? ¿Cómo creo a Enrique V? joven, bello, carismático, disoluto, amante del alcohol y su sabor y su efecto, amante de la carne, su sentir y su satisfacción, su placer. ¿Cómo ama a esa instancia Shakesperiana como es Falstaff, y cómo este personaje transforma todo eso hasta renegar de ello para convertirse en el heroico hombre de estado? ¿Cómo sus mejillas, cómo su musculatura, cómo su mirada decreció o creció ante esta transformación? ¿Qué vestidos, que colores, que telas y que carnes debajo de esto le pongo a Madame Bovary, a la Sonia de Dostoievsky, a la Blanche de Williams o al cuasimodo de Victor Hugo? ¿Qué perfumes, qué olores, qué higienes tienen estos y todos los personajes? Son sensaciones, formas, pulsiones interiores y exteriores, relaciones que yo lector forzosamente tengo que crear a partir de las sugerencias geométricas del autor. Yo lector soy forzosamente un creador de personaje, el personaje sin mi participación creativa guiada y fortalecida por el autor, la metáfora de mi mismo, no existiría. El lector es un creador de personajes o no es lector. Los personajes no son del autor, o sí, el personaje existe con la colaboración del autor y el lector, y re - enfatizamos el lector es creador de personajes o no es lector.

¿Qué pasa con la existencia del personaje en el drama? Ahí la operación es completamente distinta. En el drama sí voy a ver, a escuchar, a compartir con el personaje, si voy a ver su carne, sus estremecimientos, su respiración, sus ritmos, sus estados de animo, su sudor, sus gestos, la proporción de sus piernas, la belleza, carisma o no de su rostro; su fuerza, su color detrás o acentuado por el maquillaje, su estilo, su sensualidad, su frialdad, gracias a ese maravilloso creador intermedio que es el actor. El actor personifica, es decir, crea con base en su persona a un personaje palpable; ya la Ana Karenina de Tatiana Samoilova o Vivien Leigh, la dama de las camelias Greta Garbo, y su Duvall, Robert Taylor, el enrique V de Branagh, El Hamlet de Inoquenti Smunktonowski, Jezabel, Regina o Baby Jane de Bette Davis, la Frida de Ofelia Medina, El Jaibo y la Manuela de Cobo, El señor y la señora morales de Amparo Ribelles y Arturo de Córdoba, El Tomas Moro o el Cid de Ignacio López Tarso. Aquí la geometría del dramaturgo literario se convirtió y se convierte en hueso, en carne, en órganos, en tonos armónicos o ríspidos. Aquí la geometría se convierte en sensación en pensamiento, en sabor, en luz y sombra del actor. Mientras el actor no este al frente de nosotros como creador de personaje, nosotros tenemos que crearlo. En una tradición a veces mal entendida le llamamos personaje literario al personaje, no hay tal, hay literatura esplendida, profunda, amplia y sobre todo sugerente, cuando planteamos a un personaje como actores o como directores o como maestros de verdad, estamos hablando de la posibilidad de convertir a la literatura en personaje, cuando el actor se topa con un texto, con un texto con el que se ve obligado a dialogar para crear un personaje, puesto que este no existe. Si el personaje literario existiera su limitación seria lamentable, aburrida, repetitiva, sin dimensión, porque entonces todos leeríamos al mismo personaje, y no habría diferencias de sensibilidad para la percepción de la metáfora del ser humano que es la creación del personaje por el lector y por el actor; en el lector también como una operación mental en donde la geometría autoral se concreta en imágenes individuales, personales, donde el yo mas íntimo, mas secreto, esta volcado y esta es la riqueza de la literatura; para el actor se convierte en reto hacer una metáfora lingüística, viva, compleja, dimensionada en amplitud y profundidad, sea en el cine, en el teatro, en la TV, e incluso en la radio; y aun aquí, ante la creación tangible, audible, visible del actor ésta tiene que ser sobrepasada por el espectador para no ver al actor sino al personaje, el actor tiene que superar su creación para que lo sensible sea su creación, no su persona; necesitamos y amamos su firma como creador pero queremos ver al personaje, adentrarnos en el yo por medio del personaje según nuestra sensibilidad de espectador, y nuestra adoración al actor, actriz, -no hablo genéricamente- esta en su facultad de despertar en mi todos mis ángeles y todos mis demonios por medio de su capacidad lingüística de tocarme por la metáfora, no por la belleza ni el carisma de la imagen del actor, cuando esta proyección de imagen personal supera al personaje, quizá ésta dimensionalización del yo quede reducida a empatías o simpatías hacia el actor, que al ser reales o fabricadas no en pos de la ficción sino en pos de la venta de imagen, se produce inevitablemente una catástrofe, que es la minificación de la metáfora del personaje al tamaño de la persona, y esto no lo necesito, o si lo necesito y aunque no lo necesite lo encuentro masificadamente en la realidad, operación bastarda e inútil, contraproducente, si yo espectador no matizo al personaje encarnado en el actor a partir de mi sensibilidad, o si no hago mi propia operación mental a partir de la lectura, ya no queda casi nada de que hablar.

Raúl Zermeño. Mayo de 2007.